domingo, 30 de enero de 2011

El fénix y el carnero

Randy "Ram" Robinson fue un ídolo de la lucha libre en los ochentas. Su vida era tan agitada que no había nada que ocupara su mente más allá de un ring. Pero los años pasan rapidamente, sin tomar su parecer. Ahora, en lugar de llenar arenas grandes, batiéndose con figuras míticas y con fanáticos aúllando su nombre; tiene que conformarse con gimnasios de segunda, rellenando espacios como una antiguedad, sobrellevando luchadores jovenes que quieren despuntar a las empresas grandes. Igual de complicada es su vida personal. Habitando en una cabaña rentada en un predio olvidado, intenta reconectarse con su pasado familiar a través de una hija que no lo conoce y tampoco lo extraña. Su tabla de salvación emocional es la relación que construye con una stripper avejentada a base de bailes privados. Esperen, falta lo mejor: en eso le da un infarto. Al abrir los ojos en el hospital tiene el tiempo suficiente para asimilar su historia y dos opciones: seguir embistiendo como buen carnero, o dejarse consumir por la realidad. No cabe duda, Randy podría ser cualquiera de nosotros.
Cuando Darren Aronofsky debutó con "Pi: el órden del caos" generó expectativas por hacer una cinta fantásticamente intricada y humana al mismo tiempo. Con su segunda película "Requiém por un sueño" reforzó el nivel de atención a su trabajo y se colocó entre los cineastas de culto. Pero después vendría la insatisfactoria "La fuente de la vida" y su audiencia comenzó a desesperarse. Esperaban otra obra maestra, no una historia metafísica, romántica y contada en tres tiempos diferentes, donde al guión no terminaba de cuajar. Dos años después daría la sorpresa por retornar al espíritu de su primera obra, con un actor rescatado de películas de relleno.
Mickey Rourke regresó del olvido por primera vez con "Sin City" de Robert Rodríguez, pero sería por actuar con maquillaje que la gente no habló lo suficiente de su trabajo. Fue cuando personificó al "Ram" que los circulos de cine independiente advirtieron su actuación magnética y descarnada. De hecho pareciera que actor y personaje se confunden facilmente mientras acontece la película. Sorprende que después de tanto abuso sobre su cuerpo y rostro, Mickey Rourke desprenda tanta simpatía como en sus mejores tiempos en los ochenta, resurgiendo como el ave fénix. Conmueve hasta lastimar, lo mismo que un lance luchístico.
Aronofsky deja de lado la agilidad del montaje para apaciguar la cámara, persiguiendo al personaje principal como se haría en un documental. Llaman la atención la intensidad y la crudeza de las escenas en el ring ya que no pecan de correctas y terminan tintas en sangre, como si fueran rituales ancestrales. Podrían tomarse de la misma forma, porque es sitio en el que el personaje principal se asume como lo que es: the wrestler. También son impresionantes las otras actrices que acompañan a Rourke: Marisa Tomei en el papel de la stripper, con el que deja de lado la leyenda urbana de que por un error del presentador le entregaron un Oscar; y Evan Rachel Wood como la hija lesbiana y furiosa del luchador.

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