domingo, 13 de febrero de 2011

Epístola a los Transeúntes de César Vallejo

Reanudo mi día de conejo

mi noche de elefante en descanso.



Y, entre mí, digo:

ésta es mi inmensidad en bruto, a cántaros

éste es mi grato peso, que me buscará abajo para pájaro

éste es mi brazo

que por su cuenta rehusó ser ala,

éstas son mis sagradas escrituras,

éstos mis alarmados campeñones.



Lúgubre isla me alumbrará continental,

mientras el capitolio se apoye en mi íntimo derrumbe

y la asamblea en lanzas clausure mi desfile.



Pero cuando yo muera

de vida y no de tiempo,

cuando lleguen a dos mis dos maletas,

éste ha de ser mi estómago en que cupo mi lámpara en pedazos,

ésta aquella cabeza que expió los tormentos del círculo en mis pasos,

éstos esos gusanos que el corazón contó por unidades,

éste ha de ser mi cuerpo solidario

por el que vela el alma individual; éste ha de ser

mi hombligo en que maté mis piojos natos,

ésta mi cosa cosa, mi cosa tremebunda.



En tanto, convulsiva, ásperamente convalece mi freno,

sufriendo como sufro del lenguaje directo del león;

y, puesto que he existido entre dos potestades de ladrillo,

convalesco yo mismo, sonriendo de mis labios.

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