domingo, 26 de junio de 2011

MEDITACIÓN DE UN TRANSEÚNTE de José Alvarado Santos

El distraído transeúnte, hombre de vastas lecturas y prolongadas reflexiones, recorrió ayer las calles de Lecumberri ensimismado en una meditación singular acerca del destino de los hombres, destino a veces alegre, a veces triste, a veces frustrado.
     Eligió las calles de Lecumberri porque en sus aceras transcurrieron, en años pasados, momentos felices de su vida, momentos de los que arranca para siempre su destino de transeúnte distraído, y supuso que la cuna del suyo propio puede ser un buen escenario para las consideraciones acerca de los ajenos.
     Mucho meditó acerca de las flaquezas humanas que elevan a los mortales a cimas gloriosas o los hunden en abismos profundos y, naturalmente, negros, y en uno de los vericuetos de su divagación tropezó con el recuerdo de una figura que puede servir de ejemplo para toda explicación acerca del humano destino.
     La figura, ya un poco destartalada más por los errores que por los años, de José Vasconcelos. Recordó el distraído transeúnte los días en que este caballero fue antiimperialista, los años en que construyó escuelas y editó a Homero y a Platón para que el pueblo los conociera; reconstruyó aquellos momentos en que, iniciado apenas en su vocación de distraído transeúnte, contempló el espectáculo luminoso del destino de un hombre que llenó la ciudad de escuelas, de música, de libros, que inundó a este país de esperanza.
    Rememoró los días en que los jóvenes se dejaron matar sobre el asfalto por la fe en su palabra, los días aquellos en que José Vasconcelos acaudilló a los muchachos de México contra Morrow y Calles.
    Le pareció leer de nuevo aquella frase de Ulises criollo, elegía a la muerte de su hermano trabajador "y juré entonces fidelidad eterna a la causa del proletariado".
    Y comparó todo eso con este pequeño Vasconcelos de hoy, olvidadizo de su palabra, destructor de su obra, que tiene que citar a Luis Cabrera, él que pareció ser el más grande de los escritores de México, para atacar a la Revolución.
    Con este Vasconcelos mezquino, náufrago en el mar de los que debieron ser sus errores pasajeros y pequeños, que prefiere ser próspera caricatura de abogado, ridícula imitación de político de escritorio, cadáver, a ser leal a su juventud.
    Y tuvo que concluir que el destino de José Vasconcelos se frustró para siempre y que si tal hecho puede ser interesante como problema humano, no tiene ninguna trascendencia como asunto histórico.
    El distraído transeúnte, hondamente conmovido, concluyó amargamente su divagación acerca del destino de los hombres y prefirió abandonar las calles de Lecumberri que, bañadas por la luna, empezaban a emocionarlo demasiado. 

Tomado de El Bolillo Escéptico de José Alvarado Santos, publicado por la Universidad Autónoma de Nuevo León en la colección Nuestros Clásicos dentro de su apartado Lecturas Universitarias, en donde se reúnen pequeños comentarios, crónicas, reportajes y textos varios,  de uno de los más grandes periodistas que ha dado éste país.

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